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sábado, 10 de septiembre de 2011

Tenía gana de sentarse en la acera y ponerse a llorar..


. Como cuando a uno se le olvidaron las llaves de su casa y permanece durante media hora o una hora sin que nadie aparezca, ningún vecino, nadie, y está uno allí, a la puerta, deseando como nunca la cama y la tranquilidad del libro conocido y la luz conocida. Y está uno cerca, pero no puede llegar, y recuerda dónde están los interruptores y el hueco que se forma en la almohada después de haber dormido y la leve mancha de humedad del techo y cómo dejó sobre la mesa el paquete de cigarrillos empezado. Y no puede llegar a todo eso, de lo que sólo una puerta lo separa. Pero no tiene la llave. Se ha olvidado la llave. O se ha perdido la llave. Y es preciso que otro venga a abrirnos. Y no viene. Y le anhelamos esperando contra casi toda esperanza, en medio de la noche tan grande. Y no viene. Y quizá no venga nunca. Y tendremos que esperar que alguien salga, con el alba, si es que no se han muerto todos.

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